Lucy la luciérnaga


Dedicado a todo quien con sus actos se dedica a iluminar el camino de otras personas.

Cuando Lucy apareció en el planeta todos la miraron extrañados, no solo porque tenia todos los colores del mundo, sino porque era la primera luciérnaga que volaba en la Tierra. Tenía que tener todos los colores porque de ella saldrían todas las otras especies, por eso ella era especial.
Lucy iba volando maravillada, conociendo una y otra cosa, ya que todo era nuevo para ella, cuando de pronto una hormiga dijo:
– Mira pero qué colérica es ese bicho, todo pintado. Y anda por el mundo sin hacer nada, no como nosotras que somos tan trabajadoras…
Y una mariquita agregó:
– Y qué mal gusto para elegir los colores de su vestimenta, no como nosotras, que somos rojas con puntitos negros.
Y una abeja agregó:
– Se anda exhibiendo sola por el mundo, ¡seguro que anda buscando marido, cuidado chicas!
Lucy las saludó muy animadamente con un:
– ¡Buenos días señoritas, que tengan una linda jornada!
Durante el día Lucy tenía mucho sueño debido a que le gustaba volar de noche. Así es que cierta mañana iba volando con unas ojeras tremendas cuando de pronto la hormiga dijo:
– Qué espanto ese bicho que no hace nada, ¡deberían ponerla a trabajar! No como nosotras, que estamos juntando comida para el invierno.
Y la mariquita agregó:
– Quizás no le dieron ninguna habilidad y es por eso que no hace nada. No como nosotras, que controlamos las plagas de pulgones…
Y la abeja agregó:
– Eso sería muy cruel, una especie que no sirve para nada. No como nosotras, que somos las encargadas de llevar a cabo la polinización, y con ello hacemos que la vida sea posible…
En esta oportunidad Lucy escuchó los chismes de la hormiga, de la mariquita, y de la abeja, y se sintió muy triste. Ella se sentía diferente al resto y se le hacía difícil integrarse, así es que continuó volando cabizbaja y desanimada.
Cierta noche muy oscura se escuchó a lo lejos un sonido de alguien que evidentemente estaba pidiendo auxilio:
– Meee, meee, meee, ¡mamáaa!
Todos los animales, aves, insectos, árboles y plantas se callaron y prestaron oído:
– Meee, meee, meee, ¡mamáaa, ayúdame!
Entonces todos supieron que se trataba de un chivito que había subido a un peñasco sin el permiso de su mamá, y que ahora no sabía como bajar sin hacerse daño.
Corrieron a avisarle a la mamá y esta llegó al pie del peñasco. Sin poder ver lo suficiente para subir, comenzó a gritar:
– Hijito, ¿dónde estás? ¡No veo nada!
– Meee, meee, no sé mami, yo tampoco veo nada, ¡tengo mucho miedo, meee, meee! – respondió el corderito.
– ¡Sujétate hijito, ya en la mañana podrás bajar!
– ¡Mami, ya casi no puedo, estoy perdiendo la estabilidad! – contestó el hijo.
Cuando el chivito estaba a punto de desbarrancarse, ¡adivinen quién apareció! Sí, era Lucy, alumbrando el camino con la luz que emitía. Y no iba sola, ni con diez, veinte ni cincuenta, ¡sino que con cientos de amigos y amigas! Todas volaron rápidamente en formación de rescate hacia el peñasco. Gracias a la luz de las luciérnagas, el chivito pudo ver por donde bajar y llegó al lado de su mamá. Se escuchó un suspiro de alivio: ‘ohhh’.
Entonces la hormiga dijo:
– Vaya, qué útil es la habilidad que tiene Lucy. ¡Se la tenía guardada esta bandida!
Y la mariquita agregó:
– Yo siempre supe que Lucy debía tener escondido un as bajo la manga. ¿Vieron qué lindos colores tiene?
Y la abeja comentó:
– ¡Qué linda eres, Lucy! Hoy he aprendido que cuando está más oscuro, hay mayores oportunidades de ayudar a los demás.
Y de esa forma Lucy continuó alegrando la vida de muchos seres y pintando sus días con sus colores maravillosos.