ERA UNA NOCHE CERRADA...
Era una noche cerrada y la oscuridad lo llenaba todo haciéndome imposible ver más allá de mis pies. Tenía miedo y me hallaba perdido en un lugar que desconocía, en un lugar que no lograba vislumbrar. A tientas buscaba un atisbo de luz, tal vez una figura a la que agarrarse y tomarla de guía, pero allí solo estábamos la oscuridad y yo.
Escuchaba el crujir de las ramas a mi alrededor y podía intuir unas voces lejanas, que debían ser gritos pese a sentirlos yo en susurros. El pecho sufría de nueva presión esa que me acompañaba tanto últimamente y me supe rendido. Aquella oscuridad era tal vez demasiado para mí, quizás había llegado al final de esta carrera.
Entonces lo vi. A lo lejos vislumbré una ínfima suspendida en el aire luz que desprendía un tenue brillo, un brillo tan escaso como especial. Tenía otra oportunidad y residía en alcanzar esa luz.
Me acerqué preso de la angustia y la incertidumbre, hasta que logré distinguir la pequeña y volátil forma de una luciérnaga, que desprendía más luz conforme me acercaba a ella. Ella, despistada y juguetona, comenzó a volar a mi alrededor, haciendo penetrar su luz por todos los rincones del bosque. Quise hacerle entender que yo no podía pararme a jugar, que necesitaba seguir el camino y que solo podría seguirlo con su ayuda, pero ella simuló no entenderme y continuó su juego.
Tal vez no estaba dispuesta a caminar el sendero pero finalmente decidió ser mi guía, bien por el mero hecho de ayudar, bien por qué se sintió atraído por la tristeza que respiraban mis ojos. Así el camino que creí impracticable demuestra llegar a ser la mejor vía para llegar al destino.
Ella fue la luciérnaga y su sonrisa la luz que me guió cuando la oscuridad arreciaba. Desconozco si el mundo está lleno de luciérnagas, pero sé bien la suerte que tuve en encontrar una.
Por: Jimmy García Ferrer (Escritor de Letras y Poesía)
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