La luciérnaga y la luna
Al principio de los tiempos la luna era gris 
y oscura, ninguna luz iluminaba su rostro. 
Eso sí, tenía una voz muy hermosa…
 a la luna le gustaba entonar canciones maravillosas. Todas las noches miraba
 embelesada la luz de las estrellas y, 
suspirando, empezaba a cantar para ellas.
 Las envidiaba y se sentía muy sola, ya que 
estaban muy lejos, sus brazos no alcanzaban 
a cogerlas.
A las luciérnagas les gustaba el canto de la 
luna, aunque en realidad no sabían de dónde provenía, tan solo sabían que venía del cielo. 
Una vez decidieron descubrir, de una vez por
 todas, el origen de aquella música, así que emprendieron camino, volando cada vez más 
alto, hasta que llegaron donde estaba la luna. 
¡Qué contenta se puso!
Después de tan largo viaje, las luciérnagas,
 llenas de alegría, se pusieron a bailar, y la 
luna, asombrada, abrió su enorme y oscura boca en una gran O. 
Una luciérnaga que volaba distraída se coló 
dentro y entonces pudo ver todas las maravillas
 que poblaban esta voz. Vio las notas
 musicales danzando de acá para allá, 
escuchó el arrullo del viento enredándose 
entre las hojas de los árboles, oyó el arroyo
 del bosque con su murmullo saltarín, 
el caótico aleteo de las mariposas, el golpeteo
 de la lluvia sobre los lagos altísimos de las 
altas montañas, el mirlo saludando a la primavera… todo un mundo sonoro había
 sido atraído por el canto de la luna, 
cuyas notas, al principio de los tiempos, sonaban como un apacible silencio.
Entonces la luciérnaga comprendió que 
aquella música maravillosa que escuchaba 
todas las noches era la suma de todas esas
 voces enamoradas, y su corazón, emocionado, brilló más que nunca.
Desde entonces podemos contemplar la
 belleza de la luna, ahora llena de luz.
DOCE LUNAS, DOCE AMANECERES,  Luna llena de septiembre.


